"Maracucha de nacimiento, andina de corazón"
- ydorta12
- 10 sept 2015
- 7 Min. de lectura
Omaira Urdaneta Rincón por Yurimar Dorta Hdez.

Maracaibo es mi tierra amada. El plátano horneado es el acompañante de todos mis almuerzos.
Nací el 1 de septiembre de 1.945 en Maracaibo. Soy la mayor de mis cuatro hermanos “la más vieja y la más bajita”. Con tan solo 8 años, mis papás me internaron en el Colegio Nazaret de Táriba, estado Táchira, por lo que viví toda mi infancia lejos de mi tierra de nacimiento.
Huérfana por la política
Toda la vida fuimos adecos. Mi papá estuvo preso 10 veces en la época de Pérez Jiménez. Se llamaba Adelso Urdaneta y fue el primer amor de mi vida, el que dio la vida por mis 5 hermanos y por mí. Él se casó a los 19 años con mi madre, Betilde “Bety” Rincón. Eran de la época Carlos Andrés, Rafael Caldera y de Rómulo Betancourt, de esos chamos que lucharon por la democracia durante toda su vida.
Mi mamá conoció a Rómulo Betancourt. Hizo propaganda política con él en Maracaibo. Se preguntaba por qué venía la Seguridad Nacional a su casa a buscar a su esposo y lo llevaban preso por días. La respuesta era una: los adecos siempre fueron perseguidos por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Recuerdo ir a ver a mi papá a la cárcel, muy pequeña, de 5 o 6 años.
Mis padres eran maracuchos, hijos de hacendados y teníamos una economía estable. Esto les permitió internarme desde temprana edad. Ellos decían que así me protegerían de la dictadura y de la Seguridad Nacional. En Maracaibo vivíamos al lado del Jefe de la Seguridad Nacional. Todas las noches disparaban tiros al aire, ponían música muy alta, venían semanalmente a revisarnos la casa y, algunas veces, se llevaban a mi papá.
La dictadura de Pérez Jiménez hizo que durante mi infancia estuviese prácticamente huérfana de padre y madre. El camino que había que recorrer de Maracaibo hasta Táriba incluía tomar carro, tren y barco. Por esta razón, mi mamá me visitaba solo durante carnavales y semana santa.
Desde los 8 hasta los 14 años me acerqué a Dios. Las monjas que me cuidaban eran como unas madres para mí. Pienso que durante mi niñez estuve sumergida en una fuerte depresión al pensar que mis padres no me querían y que por eso estaba allí.
Al salir del internado, mi familia se mudó de Maracaibo para San Cristóbal. A mi papá lo habían nombrado Jefe del Gran Ferrocarril del Táchira.
A mi familia la adoro, son todo para mí. Qué bonito es tener historia. Yo tengo una gran historia de la vida. Del internado no tengo nada que reclamar. Allí lloraba y sufría porque era una niña que creció lejos de su mamá. Hoy entiendo el sacrificio que hicieron por mí.
Estudios frustrados
Me gradué de bachillerato comercial que en aquella época se denominaba Técnico Mercantil. Luego fui a la Universidad de Los Andes a estudiar economía. Pero no. Cuando empecé la universidad, Héctor Moreno apareció en mi vida y me enviaron a Maracaibo, a casa de una tía.
Me conoció desde que estaba en el internado, en una de las reuniones que se hacían entre varios colegios. Siempre estaba pendiente de mí. Cuando empecé los estudios universitarios,
Héctor, un niño de 17 años, fue a mi casa para hablar con mi papá y decirle que quería casarse conmigo. Lo corrieron y al día siguiente me enviaron para Maracaibo, a la casa de mi tía, para que me olvidara de “el negrito”.

Durante mi estadía en la que era mi nuevo hogar, aprendí a tejer y salía con mis primas a las fiestas del pueblo. Mi amor por Héctor no se desvaneció, puesto que siempre hablábamos por teléfono. Todos los días me llamaba a la 1pm. Era un buen muchacho.
Luego de pasar varios meses en Maracaibo, llegó diciembre y mi papá me llevó a San Cristóbal para pasar las fiestas navideñas junto a ellos. No me dejaban salir de la casa para que no me encontrara con Héctor. Llegó enero y decidí hablar con mis padres sobre mi exilio por motivos amorosos. Yo no quería regresar a Maracaibo. Mi corazón, mi familia y mi vida estaban en San Cristóbal. Sorprendentemente, me dejaron quedarme pero no podía acercarme a Héctor e intenté cumplir mi promesa.
Tiempo después, empecé a trabajar en el Banco de Fomento Regional de Los Andes (Banfoandes). Allí conocí a muchísima gente de la alta sociedad y al que, sin saberlo, sería mi suegro. El Gerente General del Banco para el que trabajaba era el papá de Héctor Moreno. Fue un noviazgo muy distante pero lleno de amor. Mi familia nunca lo aceptó.
Al cumplir 23 años, “el negrito” acudió a mi casa a pedir mi mano, nuevamente. Mis padres no estuvieron de acuerdo, pero coincidieron en que ya estaba grande para tomar mis propias decisiones. Un año después me casé con el segundo amor de mi vida, el primero fue mi papá. Mis padres construyeron un apartamento en el jardín ya que “era la niña chiquita y no me podía ir de la casa”.
Dos regalos de Dios
Me casé con Héctor sin saber hacer arroz ni planchar una camisa. Toda la vida fui criada para no hacer nada en la casa. La señora que cocinaba en casa de mis padres me decía “niña Omaira”. La quería mucho.
Durante el segundo año de matrimonio, Dios me regaló a mi primera hija: María Alejandra Moreno Urdaneta. Era y sigue siendo la luz de mis ojos. Con ella estuve cerca de aprender a ser mamá. Mis hermanos y mis papás la bañaban, le daban comida, jugaban con ella, la consentían, en fin, mi hija siempre tuvo muchas mamás y papás. No me dejaban hacer nacer nada.

Al cumplir María Alejandra 2 años, nos mudamos a la capital. A Héctor le habían ofrecido un buen trabajo en Caracas. Tiempo después nació José “Joseíto” Moreno Urdaneta, mi segundo regalo, con el que de verdad aprendí lo que era trasnocharse, lo que era ser mamá por completo.
Tuvimos la dicha de disfrutar muchísimos viajes familiares y de recorrer parte del mundo. Fue una etapa muy bonita, en la que disfruté al máximo de mi familia.
Actualmente, tengo 30 años divorciada. Héctor se volvió un mujeriego al llegar a Caracas “era muy bochinchero”. Sin embargo, mantengo una relación de amistad muy bonita con él. Fue un excelente padre y siempre ha estado pendiente de sus hijos. Solo le reprocho lo “bochinchero” pero no se puede hacer nada, nos separamos y así hemos sido felices.
Huérfana por segunda vez
Mis hijos ya están grandes. Joseíto es administrador egresado de la Universidad Católica Andrés Bello y vive en Margarita desde hace 10 años. Allá montó su negocio y le va muy bien. Todos los diciembres nos reunimos para pasar esas fechas juntos, en familia.
María Alejandra es ingeniera mecánica egresada de la Universidad Simón Bolívar. Toda la vida fue una niña muy estudiosa, a diferencia de su hermano. Ha trabajado en empresas muy importantes y hace 3 meses se fue a vivir a Madrid, España. Le ofrecieron un trabajo en una de las empresas más importantes de Europa.
Estoy triste porque por segunda vez estoy huérfana, esta vez de hija. Por otro lado estoy muy contenta, porque ella podrá disfrutar de oportunidades que en este momento no se consiguen fácilmente. Siento que de nuevo soy una niña, y que la dictadura en la que vivimos me alejó de nuevo de mi familia, de mi hija “me quedé huérfana de hija porque este país está cada vez más cerca del abismo.
Antes uno se casaba, se podía comprar un lugar para vivir y sus hijos disfrutaban de sus abuelos, tíos y primos. Ahora todo es distinto. Los jóvenes no pueden comprarse un lugar para vivir y tienen que volar hacia otros países a buscar lo que aquí no consiguen”.
Con mis hermanos siempre tengo contacto telefónico y cada vez que podemos reunirnos, lo hacemos. Unos viven en Valencia, otros en Maracay y otros en Margarita. Soy la única que vive en Caracas.
Le doy gracias a Dios por poner en mi camino a gente tan valiosa. Vivo en El Paraíso desde hace 41 años y mis vecinos son como mi familia. Ellos siempre están pendientes de mí. Me tratan como un miembro cercano “tengo como 7 hijos más en este edificio. Todos los 31 de diciembre se reunía todo el edificio en el salón de fiesta. Estábamos todos los vecinos y con nuestros familiares. Ya no hacemos las mismas reuniones, pero el cariño se mantiene intacto”.
Mis hijos me han intentado convencer para irme a vivir con ellos pero siempre digo que no. A veces iba de vacaciones a Estados Unidos pero ahora la cosa no está fácil para viajar. Venezuela es única y no la cambiaré por nada. Aquí está mi familia, mis recuerdos, mi vida. Aquí estoy yo.
Compañero fiel

Yo siempre he sido una mujer de fe. Mi Dios y mi Virgen lo son todo para mí. A pesar de que he tenido que enfrentar momentos muy duros, lejos de mis padres y hoy de mis hijos, siempre he contado con el apoyo de Dios. Le pido diariamente que proteja a todos mis seres queridos y que ayude a Venezuela a ser un mejor país.
Extraño la democracia. Cuando murió Pérez Jiménez yo era chiquita y a partir de allí crecí en democracia.
Me sé toda la historia de todos los presidentes y principalmente, de Pérez Jiménez porque era lo que se hablaba en mi casa.
He podido ser egoísta y decirle a mis hijos que se queden a mi lado porque estoy sola y vieja. Pero no. Yo les dije que volaran a vivir su vida y perseguir sus sueños. Sería muy importante que en un futuro regresen a su país, para reconstruirlo entre todos.
Mis días se parecen mucho. Tengo una rutina que siempre cumplo rigurosamente.
“Rezo a Dios, doy gracias por mi familia y en el almuerzo me como una plátano horneado con bastante queso”. Soy Maracucha de nacimiento y andina de corazón.
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